
Ese lado modesto, silencioso y trabajador comienza por el propio seleccionador, Vicente del Bosque, que en otro gesto humano pidió una sola cosa a los jugadores tras la final, que su hijo Álvaro, con síndrome de Down, pudiera cumplir el sueño de celebrar la victoria subido sobre el autobús junto a todos sus ídolos. No hace falta decir que todos aceptaron. En un mundo futbolístico de “estrellas” con look agresivo y actitud estudiadamente macarra, el seleccionador no sólo ha tenido el mérito de que su equipo juegue bien, sino que también transmitan la sensación de ser buenas personas.
En contraste, y como en una apocalíptica película de ciencia ficción, el rival en la final para unos héroes humanos no podía ser otro que una “naranja mecánica”. Cuando antes de la final los holandeses dijeron que serían fieles a su estilo, todos pensamos en la naranja de Cruyff y Neeskens, o en aquella de Gullit y Van Basten. Los equivocados éramos nosotros: en realidad se referían a la de Burgess y Kubrick. Así fue Holanda, agresiva y gratuitamente violenta hasta la repulsión. Algunas de las patadas y agresiones que (con el consentimento del árbitro) propinaron, hubieran sido más merecedoras de un tribunal penal que de uno futbolístico. No sólo no supieron jugar, sino tampoco perder. Recién concluido el partido aún reclamaban con indignación ostensible algo al árbitro. Imagino que el hecho de que ningún jugador español hubiera necesitado desfibrilador o la amputación de un miembro, era prueba irrefutable de la injusticia por las amonestaciones recibidas.
Pero si había algún jugador español cuya verdadera condición humana siempre despertó dudas, ese fue Casillas. No sólo aguantó con sobrehumana indiferencia las injustas críticas sobre la supuesta influencia negativa en su rendimiento por su relación con la periodista Sara Carbonero, sino que hace tiempo que sus increíbles paradas lo elevaron a la sobrehumana categoría de santo. Dos imposibles “mano a mano” en los que el portero sacó el balón a Robben, parecieron confirmar su sobrehumana condición. Pero estábamos equivocados. Cuando Iniesta marcó, Casillas reaccionó llorando como un niño. Era la primera vez que pudimos ver al capitán en toda la grandeza de su humanidad.
Tras la victoria su novia trataba de entrevistarle con toda la profesionalidad de la que era posible. Casillas no aguantó más y, con la más humana de las reacciones, se abalanzó sobre ella para besarla. Así terminó el mundial 2010, el de la victoria española, como el clásico final de una película del dorado Hollywood, con el beso de la pareja enamorada.
Quien iba a decirme a mí, que algún día acabaría escribiendo esto.
En contraste, y como en una apocalíptica película de ciencia ficción, el rival en la final para unos héroes humanos no podía ser otro que una “naranja mecánica”. Cuando antes de la final los holandeses dijeron que serían fieles a su estilo, todos pensamos en la naranja de Cruyff y Neeskens, o en aquella de Gullit y Van Basten. Los equivocados éramos nosotros: en realidad se referían a la de Burgess y Kubrick. Así fue Holanda, agresiva y gratuitamente violenta hasta la repulsión. Algunas de las patadas y agresiones que (con el consentimento del árbitro) propinaron, hubieran sido más merecedoras de un tribunal penal que de uno futbolístico. No sólo no supieron jugar, sino tampoco perder. Recién concluido el partido aún reclamaban con indignación ostensible algo al árbitro. Imagino que el hecho de que ningún jugador español hubiera necesitado desfibrilador o la amputación de un miembro, era prueba irrefutable de la injusticia por las amonestaciones recibidas.
Pero si había algún jugador español cuya verdadera condición humana siempre despertó dudas, ese fue Casillas. No sólo aguantó con sobrehumana indiferencia las injustas críticas sobre la supuesta influencia negativa en su rendimiento por su relación con la periodista Sara Carbonero, sino que hace tiempo que sus increíbles paradas lo elevaron a la sobrehumana categoría de santo. Dos imposibles “mano a mano” en los que el portero sacó el balón a Robben, parecieron confirmar su sobrehumana condición. Pero estábamos equivocados. Cuando Iniesta marcó, Casillas reaccionó llorando como un niño. Era la primera vez que pudimos ver al capitán en toda la grandeza de su humanidad.
Tras la victoria su novia trataba de entrevistarle con toda la profesionalidad de la que era posible. Casillas no aguantó más y, con la más humana de las reacciones, se abalanzó sobre ella para besarla. Así terminó el mundial 2010, el de la victoria española, como el clásico final de una película del dorado Hollywood, con el beso de la pareja enamorada.
Quien iba a decirme a mí, que algún día acabaría escribiendo esto.