viernes, 3 de agosto de 2012

Los ojos azules que vieron un siglo de historia


Los seres humanos solíamos ser los que, como extras en un decorado, pasábamos por la historia. Ahora la esperanza de vida ha aumentado tanto y el telón de fondo cambia tan a prisa que es la historia la que pasa ante nosotros sin casi poderla digerir.
Ha muerto Matilde Guerrero Mateos, nadie importante para los demás. Ha muerto mi abuela.
Cuando Matilde nació en 1914 aún existían tres imperios en Europa: el zar Nicolás II se sentaba en el trono de todas las Rusias; el káiser Guillermo II gobernaba Alemania con mano de hierro y el imperio austro-húngaro de Francisco José languidecía a ritmo de vals, mientras que Estados Unidos no era más que un proyecto de potencia político-económica. 
Aprendió a hablar cuando el cine aún se mantenía en silencio. La gripe de 1918 la dejó huérfana de madre cuando finalizaba la I Guerra Mundial y el segundo matrimonio de su padre la convirtió en cenicienta de su propia casa en los tiempos en los que un rey inepto entregaba España a un “padrastro” como Primo de Rivera.
Tras la guerra civil, y mientras el mundo se hundía en la II Guerra mundial, se casó con un hombre que se negó con orgullo a aprovechar alguna de las ventajas de haber luchado en el bando de los vencedores  porque en realidad pertenecía al de los vencidos y con esa misma dignidad de obrero sacaron adelante dos hijas mientras el franquismo se asentaba internacionalmente gracias a la guerra fría. Unas hijas que fueron creciendo mientras a España llegaban los Beatles o los Seat 600. Cuando la humanidad iba dando grandes pasos en la carrera espacial ellos dieron el “pequeño paso” de conseguir su piso en propiedad.
Sus nietos fueron naciendo a medida que la democracia iba naciendo en España y fue colgando las fotos de sus graduaciones al tiempo que aparecían cosas que jamás llegaría a usar ni entender como la informática, Internet o los teléfonos móviles.  Fotos que ahora amarillean mirando al vacío de una casa ya en silencio.
A lo largo de su vida conoció el hambre y un cielo por el que sólo los pajaros podían volar. África cuando aún era un continente semiignoto repartido entre los europeos y la Luna como un satélite inalcanzable. Los automóviles pasaron de ser una rareza a envenenar el mundo y al sueño del comunismo le dio tiempo a triunfar para luego caer en el colapso.
Tenía nombre y ojos de reina germana. Ambas cosas pervivirán, al menos, dos generaciones más en la familia. Son los ojos de mi madre y de mi hermano. Son también mis ojos, así que, de alguna forma, los suyos seguirán brillando hasta que los nuestros se apaguen definitivamente.
Aunque me gustaría creerlo, yo no estoy seguro de que exista algo parecido a otra vida pero, si es así, dile al hombre que hacía espadas que prepare un cuartito pintado de amarillo para el día en que todos volvamos a reunirnos.
Ayer, un sacerdote que apenas te conocía ofició tu funeral con una compasión fría y profesional que no pudo conmoverme. Este movimiento de la 3ª Sinfonía de Mahler es mi oración silenciosa en tu memoria. Mahler lo subtituló “Lo que me dice el amor”. La muerte sólo puede celebrarse con la vida.

SIT TIBI TERRA LEVIS.

13 comentarios:

  1. Me ha encantado, la manera de contar esa vida, yo creo, que para ninguno de nuestros abuelos ha tenido que ser facil, y menos para la mujer. Siento mucho todo, yo lo pasé fatal cuando se fueron, ánimo y besitos

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    1. Muchas gracias y muy acertada tu apreciación acerca de la mujer. Efectivamente no era fácil.

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  2. Como dice el primer comentario, las vidas de nuestros abuelos fueron sin duda bastante más difíciles que las nuestras...
    Bonito recuerdo para tu abuela.
    Un saludo.

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  3. De todas formas, el artículo lo veo algo frío, no sé. o es la sensación que me da,la verdad. está muy bien de todas formas.

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    1. Querido Pepe, he querido hacer una necrológica que resaltara su longevidad y cuánto ha cambiado el mundo a lo largo de su vida con un par de pinceladas más personales y sensibles. Quise huir del tono melodramático y lacrimógeno. El gusto ya es el de cada cual y la calidad literaria discutible.
      Un abrazo.

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  4. A la segunda lectura me ha gustado más la entrada. Resulta impresionante como el mundo supuestamente civilizado ha supuestamente evolucionado en apenas un siglo como para que una persona de 98 años haya sido testigo de semejantes cambios históricos, políticos, económicos, sociales, tecnológicos, etc. He caído en la cuenta de que, además de todo lo que has mencionado, la abuela Mati es la única de nuestros cuatro abuelos que ha presenciado dos grandes depresiones económicas. Y eso que hasta hace bien poco se hablaba de la depresión de 1929 como algo casi anacrónico, tercermundista, rayano en lo surrealista y más susceptible de acontecer en una película de la época de los hermanos Marx que en el avanzado e indestructible mundo occidental que nació tras la caída del muro de Berlín...

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    1. Me alegra que a la segunda te haya gustado más. Insisto en que, sobre todo, quería que reflejara en pocas líneas como ha cambiado el mundo en un siglo y el contraste de la vida que les tocó a nuestros abuelos con la (a pesar de todo) comodidad actual. Evidentemente hay un par de guiños para que los entienda quienes los tienen que entender. Por cierto, para la total comprensión de los sentimientos que quiere expresar habría que escuchar la música, pero como eso es pedir demasiado lo dejo al gusto de cada cual.
      Gracias por tu comentario.

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  5. Elvira Frapolli Daffari8 de septiembre de 2012, 17:09

    Hola Pablo. Preciosa la historia de esa vida de tu abuela. Y precioso que tu la describas y recuerdes. Por cierto, hoy he estado con Encarna Daffari; la tia Encarna; tan inocente como siempre, tan niña como siempre. Ajena a quien la visita, y anclada en su niñez, donde aun cree vivir, al lado aun de su padre y su madre, junto a sus hermanas, en la calle San Telmo. Desconoce quienes somos, y es imposible para ella reconstruir las ultimas décadas; pero recuerda a la perfección toda su infancia y juventud, sus años cerca del teatro y del cine, sus vivencias de Semana Santa junto a mi abuelo. Y así parece conformarse, con sus recuerdos. Qué tristeza siento cada vez que la visito, al percibir la cara cruel de la vida, del paso del tiempo, de los estragos en la memoria... Comparto contigo el comentario sbre la valentía y el arrojo de aquella generación, a la que con tanta dureza golpeó aquella Guerra, y sin embargo siempre se levantó para seguir adelante.
    Y a propósito de sus ojos, siempre me llamaron la atención los ojos de tu madre, mi prima Mª Victoria. Yo era la mas pequeña de la familia, pero tengo recuerdos de mi niñez junto a ella, que ella conoce... Y yo tambien llevo, con orgullo, los ojos de alguien, querido por muchos hombres de trono... mi abuelo. Elvira

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    1. Muchísimas gracias por tu intervención, que, más que en comentario merecería ser un artículo en sí mismo. Totalmente de acuerdo contigo en el cruel estrago del tiempo en la memoria. Y es que, si no somos más que la larga sucesión de nuestros recuerdos, ¿qué queda de nosotros cuando nos quitan eso? Pobre tía Encarna, con la gran personalidad y crácter que siempre tuvo.
      Muy agradecido de recibir tus comentarios.

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  6. Elvira Frapolli Daffari9 de septiembre de 2012, 12:05

    ¿qué queda de nosotros cuando nos quitan los recuerdos? Muy buena observación, y cruel pregunta. Y mas para las que, como la tia Encarna, no tenemos hijos, que los perpetúen; como su apellido. De ahi la importancia de un blog como el tuyo, o del blog de los hombres de trono que, al menos, evocan un trocito de sus vidas, aunque pequeño. Gracias por ello. Elvira

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  7. Le mando un abrazo, grande como su artículo, si es que tal cosa es posible.

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    1. Espero agradecérselo con igual grandeza.
      Otro abrazo, amigo mío.

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