jueves, 14 de noviembre de 2019

La otra Málaga (3). La Catedral y alrededores

A través de calle Comedias y la plaza de bulliciosa vida nocturna llamada del Marqués del Vado del Maestre pero a la que todos los malagueños se refieren como “de Mitjana”, llegaremos a Calderería. En la esquina donde converge con Granada, la tradicional clientela del Café Madrid se resiste a rendirla a los turistas. De esta forma Luis, uno de los camareros de toda la vida, es tan capaz de atender con la confianza que otorgan los años de familiaridad a las ancianas que no han perdido la costumbre de bajar a desayunar, como de chapurrear en un inglés de tinte boquerón a los extranjeros que acaban de pedir la cuenta. Uncibay fue la más cinéfila de las plazas de Málaga hasta la década de 1970 con el Málaga Cinema y el Goya. El suelo a dos niveles, el monolito y las fuentes afean hoy día el lugar y si hemos llegado hasta aquí, es sólo para entrar en Áncora. Lo que distingue a una tienda de libros de una librería, es que en la primera los despachan y venden como un producto más de consumo. Enrique es, en cambio, el último librero de Málaga. Su librería es un lugar de encuentro donde la charla con el propietario y el resto de clientes habituales acaba sugiriendo y descubriendo lecturas que terminan en la bolsa junto a los libros que inicialmente hemos venido a comprar.

La Torre de la Catedral desde Salinas
Málaga es, que yo sepa, la única ciudad del mundo que tiene un monumento a la desidia, sólo que aquí lo llamamos Catedral. En 1782 los fondos de su presupuesto decidieron gastarse en otros menesteres y el templo quedó inconcluso sin torre sur y, lo que es peor, sin cubierta. Y es que, en Málaga, las obras no finalizan jamás. Al malagueño, que se le escapa toda fuerza por la boca, en el fondo le da igual. Pero de la Catedral hablábamos. La forma más impactante de llegar hasta ella es o bien a través de calle Fresca, (en la que el caminante hallará plenamente justificado su nombre en esas tórridas sobremesas de verano) o bien por Salinas, donde merece la pena asomarse a un hermosísimo palacio del siglo XVII cuyo patio alberga ecos de un origen musulmán. Ambos caminos confluyen junto al lateral liso de la fachada del Palacio Episcopal que, como si se tratara del telón que oculta un escenario, aguarda ser apartado al doblar la esquina para que la Catedral irrumpa en todo su esplendor. Suele pasarse por alto que el edificio está construido muy por encima del nivel de la calle, por lo que el acceso a cualquiera de sus puertas debe siempre salvar un desnivel por medio de escalinatas, rampas o balaustradas. La razón es que en la época de la fundación de la ciudad, cuando la línea de costa llegaba mucho más al interior, el solar era un islote que sobresalía del mar. Los fenicios eligieron el promontorio para levantar un santuario, probablemente a Astarté. Después debió ser templo romano y, naturalmente, mezquita. Cada religión demolió el edificio anterior para erigir el suyo, pero sin embargo todas las culturas presupusieron que el terreno debió ser elegido por tener alguna conexión con lo sagrado. Prueba de ello es que ni siquiera los cristianos se atrevieron a allanarlo para levantar la Catedral.
 
La Torre de los Maqueses de Buenavista en San Agustín
A pesar de estar en el epicentro de la masificación turística, el viejo empedrado salva a calle San Agustín. La calle custodia la vista más hermosa de la torre de la Catedral, que mantiene un diálogo mudo con la del Palacio de los Marqueses de Buenavista (actual Museo Picasso). Desde, allí podemos dirigirnos hacia Beatas. No hay que dejarse engañar por el aspecto degradado de algunos de sus edificios, ya que esconden antiguos palacetes e incluso un corral de comedias del siglo XVII. Su recorrido nos permite asomarnos a callejuelas ocultas como Pita o Cañuelo de San Bernardo. Ambas conducen a ese tesoro desapercibido de exquisita arquitectura urbana decimonónica que es calle Niño de Guevara. Si hemos continuado por calle Beatas, merece la pena desorientarse a través de Tomás de Cózar para, cuando nos creíamos perdidos, irrumpir justo frente a la iglesia de Santiago y su torre-alminar de estilo mudéjar.

Torre mudéjar de la Iglesia de Santiago
(Continuará)

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