sábado, 9 de noviembre de 2019

La otra Málaga (2). El entorno de San Juan, Carretería y los Mártires

Otro acceso alternativo hasta el centro es a través de Santo Domingo. Pero antes, aunque sea de forma fugaz,  merece la pena saludar a la Dolorosa que custodia el puente y a María, que lleva media vida haciéndole compañía a cualquier hora rompiendo de forma apenas perceptible la soledad de la capilla callejera. El Puente de Santo Domingo es llamado por los malagueños “De los Alemanes”, ya que fue construido en 1910 por el gobierno del káiser para agradecer el rescate de supervivientes de la fragata Gneisenau. Al servicio de su construcción se pusieron la misma técnica y materiales utilizados en la entonces reciente Torre Eiffel. Prueba de ello, es que es el más antiguo de la ciudad y, probablemente, el más sólido. Desde la orilla del Perchel hay una edificación dueña y señora indiscutible de ese perfil de la ciudad a la espera de que la especulación urbanística haga un nuevo estrago. Nos referimos a la torre de San Juan hacia la que ya dirigimos nuestros pasos.

Puente de Santo Domingo o "De los Alemanes"
A algunos espacios el destino les depara paradójicas sorpresas. Actualmente la amplia y destartalada plaza de Camas es un lugar de ambiente familiar donde no falta ni el parque infantil. Una zona que, hasta hace pocas décadas, era un evitable dédalo de callejuelas de mala reputación. Nuestro único interés por la zona será el acceso hasta calle San Juan. A los pies de la torre de su iglesia, la familia Hinojosa regenta su zapatería desde hace un siglo. Es uno de esos últimos comercios donde, con conocimiento de la profesión y de la mercancía, aún se atiende al público de esa forma tradicional no exenta de gracejo en la que el vendedor conoce mejor lo que el cliente necesita aunque sea la primera vez que aparece en el umbral de la puerta. También es el sitio ideal para adquirir unas alpargatas tradicionales y, en Cuaresma, “zapatos para el nazareno y el hombre de trono”. Precisamente la vecina y angosta calle Santos mantiene durante todo el año el aroma a incienso cofrade que le confiere su cerería. En la esquina que huye de la calle, se encuentra la cafetería Framil, parada obligada para quien  prefiera los churros al tejeringo tradicional, ya que aquí puede disfrutar de su exquisito sabor, lejos de lugares más afamados y atestados de turistas.

Desde allí podemos continuar hacia Carretería. Ahora debemos disfrutar de su recorrido mientras podamos pues, paradójicamente, la calle que debe su nombre a ser el único lugar por el que cabían los carruajes frente a los callejones y adarves del interior de la ciudad, pronto será la siguiente presa de la peatonalización con el fin último de ser invadida por terrazas y sillas. En el portal número 15 aún puede contemplarse la línea hasta donde llegó el agua en aquella trágica riá de 1907 que incluso destruyó todos los puentes de la ciudad y en la que la Alemania imperial encontró un motivo para devolver la hospitalidad por su naufragio. Unos metros más adelante en la acera opuesta, Julia Bakery ofrece la que, probablemente, sea una de las mejores tartas de queso del país. Quien lo crea exagerado no tiene más que pedir una porción. 

Estado de calle Carretería tras la riá de 1907
En la siguiente esquina está la que es probablemente mi calle preferida de la ciudad: Andrés Pérez. A pesar del incesante baile de aperturas, cierres y traspasos de locales, a pesar de las de las épocas de amenaza de destrucción patrimonial, el tiempo parece haberse detenido en este lugar. Allí donde el convento que los malagueños llaman “Las Catalinas” estrangula la calle, el perro de Santo Domingo toscamente tallado sostiene la antorcha entre sus fauces desafiando inerte el paso de los siglos. Sobre el dintel de piedra del número 20 se exhibe un escudo de armas de otro tiempo con el mismo orgullo con el que lo haría cuando fue erigido. La estrechez del espacio nos puede distraer de los balcones rejados y los portales que dejan entrever antiguos patios señoriales. Incluso el local abierto por Casa Mira ha entendido y respetado la atmósfera del lugar con un mobiliario de botica decimonónica enredada por coquetos reservados en los que podemos paladear su afamado turrón tanto en un “blanco y negro” como en un bombón helado.

Calle Andrés Pérez
Al dejar la heladería, el último reducto del trazado musulmán nos va a invitar a perdernos en un recorrido circular en el espacio y el tiempo. Podemos callejear por los vericuetos de Pozos Dulces para salir a la plaza de San Juan de Dios, que custodiada por el Cristo de los Faroles se resiste a perder su aire recoleto. Desde allí, atravesaremos San Telmo y su inesperado e inquietante zigzagueo final para desembocar en la esquina de Santa Lucía en la que, para cerrar nuestro círculo, el Signor D’Affari deleitó a la Málaga del siglo XIX con sus helados. Estamos en la parroquia de los Mártires, la iglesia más grande del centro con excepción de la Catedral y la que alberga suficientes cofradías como para hacer una síntesis histórica de la Semana Santa de Málaga.

(Continuará)

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