jueves, 14 de junio de 2018

Nueve visiones de la Reina

Tu soñar me envolvía, soñado me sentí. Jorge Guillén.

Los sacerdotes derramaron la sangre del sacrificio para consagrar el momento previo a la fundación: una bahía al resguardo de las montañas y una colina protegiendo el río. Finalizado el rito, los fenicios ya sólo pensaban en qué nombre darle. Como el asentamiento sería dedicado a la diosa Astarté, Reina parecía apropiado. Al fin y al cabo, su título principal era el de “Reina de las palomas”.

Palomas. Hasta donde alcanzaba su memoria, a Pablo siempre le habían encantado las palomas. Como su padre le había animado a dibujarlas, pasaba horas observándolas revolotear con el cuaderno sobre las rodillas. No tenía idea de dónde podía estar La Coruña, pero una noche, desde la cama, escuchó a su padre lamentarse de que en su nuevo destino no habría ni sol, ni toros, así que esperaba que al menos hubiera palomas. Asomado al balcón, intentaba retener la plaza mientras la familia comenzaba a bajar los equipajes: el monumento al héroe Torrijos, el convento, la recortada ladera de Gibralfaro, un mar de tejados. El moroso silencio que recorría la ciudad a la hora de la siesta le permitió escuchar las campanadas de la Catedral en la lejanía. A Pablo, en su imaginación infantil, le gustó pensar que repicaban a modo de despedida.

Las campanas marcaban simplemente las horas, pero sabiendo que era lo último que escuchaba en este mundo, Maese de Mena quiso interpretar que tañían por su muerte. Tumbado sobre el jergón sólo alcanzaba a contemplar el techo cruzado por vigas de madera. Madera, había dedicado toda su vida a extraer el alma de la madera. Nunca codició la fama ni pensó en la posteridad. El arte, creía, era un vehículo salvífico para llegar a Dios y, al mismo tiempo, un instrumento para glorificarlo. Sólo desde que la enfermedad lo terminó de postrar, comenzó a obsesionarse con el destino de su obra. La última vez que pudo salir de casa, convenció a duras penas a sus acompañantes para que lo condujeran hasta el convento de Santo Domingo. En un vívido sueño, había visto como la Virgen de Belén y su Crucificado eran pasto de las llamas en el interior del templo.


Cuando el fuego hizo estallar las calderas, el comandante Kretschmann supo que todo estaba definitivamente perdido. La fragata de guerra Gneisenau, orgullo de la marina imperial alemana, hundida por el tiempo y su propia imprudencia. Aunque algunos hombres se encaramaban a los palos del barco, más le valía quedarse en la cubierta y cumplir con la muerte el honor que no había sabido mantener en vida. El mar, impredecible y traicionero como un amor cruel, le envolvió como un sudario.

42 oficiales de una fragata alemana, Robert Boyd, Violette. Tumbas que le aguardaban para contemplar el mar desde la colina del Cementerio Inglés durante el resto de la eternidad. Siempre el mar. Nadie objetó que abandonara el hospital para morir en su casa, frente al mar. Afortunado quien, en vuelo nocturno, divisa cielos, mares y desiertos a un tiempo, pues le está permitido contemplar todo aquello que, a expensas de la muerte, aparenta ser eterno para el ser humano, soñó. En el horizonte, al otro lado de la bahía, una única luz desafiaba a la noche. Silencio.

La luz de una iglesia en plena noche era una buena guía para quien tratara de otear la ciudad en lontananza, pensó con mentalidad militar el general Torrijos mientras aguardaba su turno para confesarse. Al alba de una mañana desapacible fueron conducidos hasta la arena fría y grisácea de la playa. Observó al torpe pelotón de fusilamiento mientras pedía dignidad a sus hombres. Sus hombres. Hasta aquel momento no se le había ocurrido pensar dónde enterrarían a un anglicano como Robert Boyd. A su espalda, el sonido del mar al besar el rompeolas fue interrumpido por un estruendo sordo. Fue lo último que pudo escuchar.

Un estruendo lejano. Preguntaba si eran disparos o el motor de un avión, pero las hermanas hacía tiempo que se cansaron de contestarle que no había nada que oír. El sanatorio era tan blanco, que era incapaz de distinguir donde terminaban las paredes y comenzaba el techo. Al contrario que en la inmensidad del desierto, donde perdidos sin orientación, sólo existían arriba y abajo, azul y amarillo, cielo y tierra. Las hermanas no la entendían. Jane sólo quería tomar el té en el desierto, pero cada vez que trataba de escalar la duna, las tazas bosaban arena. Al otro lado, bajo el cielo protector, un príncipe la esperaba. ¿O estaba mezclando historias?

Su porte principesco y castellano cortés contrastaban con las rudas maneras y la jerga áspera de aquellos soldados reclutados para el nuevo tercio en los Percheles de la ciudad. Tu soñar me envolvía, soñado me sentí. A pesar de ser un alejandrino complicado, a Garcilaso le pareció un hermoso verso para rimar, pero al mismo tiempo tuvo la extraña impresión de que la brisa marina lo arrastraba como un eco susurrado desde otro pensamiento e incluso otro tiempo. El revoloteo de una bandada de palomas que alzaba el vuelo en el puerto le devolvió a la realidad. El barco rompió la espuma por última vez y los fenicios desembarcaron convencidos de que Reina era un nombre espléndido para la ciudad.

A quien la arena del tiempo se le comenzó a escapar por entre los dedos un 15 de junio de 1974

NOTAS: Pablo Ruiz Picasso (Málaga 1881, Mougins 1968) abandonó Málaga con 6 años y nunca regresó. Palomas como las que contemplaba en la Plaza de La Merced fueron un tema recurrente a lo largo de su obra artística.
Dos de las obras cumbres de Pedro de Mena y Medrano (Granada 1628, Málaga 1688), el Crucificado de la Buena Muerte y la Virgen de Belén, desaparecieron en el asalto e incendio de Santo Domingo en mayo de 1931.
La fragata de guerra Gneisenau se hundió en las costas de Málaga el 16 de diciembre de 1900.  En señal de agradecimiento al pueblo de Málaga por el rescate de supervivientes, el gobierno alemán sufragó en 1910 la construcción del Puente de Santo Domingo.
El poeta Jorge Guillén (Valladolid 1893, Málaga 1984) vivió y murió en su casa del paseo marítimo. Está enterrado en el Cementerio Inglés de la ciudad.
José María Torrijos (Madrid 1791, Málaga 1831) fue fusilado en las playas de San Andrés por rebelarse contra la tiranía de Fernando VII. Pasó su última noche y confesión en la iglesia del Carmen.
Jane Bowles (Nueva York 1917, Málaga 1973), escritora y esposa del también novelista Paul Bowles murió en Málaga en un sanatorio mental.
Como maestre de campo, Garcilaso de la Vega (Toledo, en torno a 1495, Niza 1536) recibió el encargo de reclutar un tercio en Málaga. Fue el último territorio español que contempló antes de partir hacia el sur de Francia donde moriría fruto de las heridas sufridas durante el asalto a un castillo en Le Muy.
La sombra de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) se proyecta sobre dos de las historias como cuando su areoplano cubría la ruta postal entre Málaga y Tetuán. 


6 comentarios:

  1. Miguel Ángel Salvatierra14 de junio de 2018, 18:12

    Buen artículo

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  2. Me ha encantado el relato sobre Picasso y las palomas. Y también me alegra mucho tu vuelta a la blogosfera, se echaban de menos tus textos.
    Abrazos!
    Borgo.

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    1. Cuatro años de apagón digital. Me alegra mucho ser recibido de nuevo.
      Un abrazo, Borgo.

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  3. Para mí, un gran descubrimiento. La historia de Jane Bowles, trágica; no sabía que había muerto en Málaga. Obviamente llevo atraso. De a poco me pondré al día. Lo de la historia hecha literatura siempre me ha interesado, y esto promete. Poético: "moroso silencio", "arena fría", etc. Congratulations!! Don't give up. I'll mail you. Diego

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  4. Un placer y un honor encontrarte por estos lares digitales. También yo me tengo que poner al día de ller y escribir. ¡Saludos!

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