martes, 9 de febrero de 2010

Ese mágico elixir ámbar

… Y en el fondo de un tranquilo estanque dorado
Se ahogan los besos que nunca me dio

Hablamos, naturalmente, de whisky. En gaélico uisge beatha significa literalmente “agua de vida”, que adaptado a la fonética anglosajona derivó en whisky. Los irlandeses escriben whiskey, pero esa “e” de diferencia no denota ninguna patente o denominación de origen, simplemente una trascripción gráfica alternativa. De hecho los estadounidenses también escriben whiskey (quizás por la gran afluencia de inmigrantes irlandeses), mientras que en el Canadá (más apegado histórica y culturalmente al Reino Unido), utilizan whisky como sus primos británicos. En 1909 la Comisión Real Inglesa dictó que todos podían escribir whisky, fuera cual fuera el país de origen del licor, pero los irlandeses y los americanos han preferido mantener su grafía.

El whisky de malta (single malt) o "whisky whisky"
Alambiques en una destilería
Tres ingredientes son esenciales en la confección del whisky de malta según los escoceses: agua, fuego y tiempo. El malta de la cebada, materia prima básica, es recogido aún verde y secado con el humo de ese combustible de origen orgánico llamado turba (que en el campo escocés se encuentra, literalmente, a patadas). La turba es lo que da al whisky su característico sabor ahumado. Ese malta ahumado es triturado y mezclado con agua hasta conseguir un mosto que fermentará y posteriormente será destilado en un alambique. El licor resultante es prácticamente incoloro, pero para ello envejecerá en barriles que hayan contenido previamente Jerez o Bourbon durante un tiempo standard de 12 años. Durante ese envejecimiento la madera y el poso de los anteriores licores prestarán al whisky su color y todas sus esencias de aroma, sabor, etc. Glenfiddich es el whisky de malta más equilibrado y aquel con en el que la mayoría de aficionados nos hemos iniciado. Macallan es de un sabor más “elegante”, menos ahumado, Cardhu es probablemente el más popular y Aberlour algo más ligero pero sin perder carácter.
Mención aparte merecen los intensos whiskies de las islas (llamados en Escocia “whiskies de hombre”), donde además de una mayor presencia del ahumado, el yodo marino parece haber impregnado los manantiales de agua con su sabor y aroma. El Talisker es algo más suave, mientras que el Bowmore tiene un regusto a cítricos.

El blended whisky o whisky de mezcla
El blender, auténtico "alquimista" de la destilería
Cuando el 95 por ciento de la gente piensa en whisky, está pensando en whisky de mezcla. En 1831 un irlandés afincado en Escocia llamado Alneas Coffey, patentó un alambique industrial capaz de destilar cualquier grano (incluido maíz, cebada, etc.) sin necesidad de ahumarlo. El licor resultante era mucho más rentable porque, además, necesita poco tiempo de maduración (bastan tres años). Para compensar la falta de sabor, aroma y color (el producto es prácticamente incoloro), se mezcla con whisky de malta (la proporción puede ir entre el 10 y el 50 por ciento de whisky de malta) y puesto a reposar seis meses antes de su embotellamiento. Como no pasa en barrriles el tiempo suficiente para que la madera le preste su color ámbar, se colorea con… ¡concentrado de caramelo! (increíble pero cierto). En este sentido J&B y Cutty Sark son las marcas más “honradas”, ya que comercializan su producto tal cual sale de los barriles. Hay que señalar que Johny Walker es la más vendida del mundo.
Los Blended de Luxe son aquellos que usan un 50 por ciento de whisky de malta en su mezcla. Lo que resulta incomprensible es que algunos de ellos valgan más caros que los whiskies hechos exclusivamente de malta y uno se pregunta si lo que interviene en el precio es la popularidad, publicidad u otros factores mercantilistas. El más conocido con diferencia es el Chivas Regal.
Los amantes del whisky de malta no debemos desdeñar al whisky de mezcla ni a sus bebedores, ya que en el pasado la producción del whisky de malta resultaba deficitaria a causa de su largo proceso de maduración y, si sobrevivió, fue gracias a la compensación que suponían para las destilerías las cuantiosas ventas de whisky de mezcla.

El whiskey irlandés
Según los irlandeses se necesitan siete días y siete años para realizar un buen whiskey. Siete días para destilarlo y siete años para envejecerlo. El whiskey irlandés no es turbeado y por eso no posee el sabor ahumado característico del escocés. Otra de sus peculiaridades es que es destilado tres veces y todo ello contribuye a ese sabor meloso que lo define. Al igual que el de malta envejece en barriles de Jerez o Bourbon para adquirir color, aroma y sabor. Bushmills tiene la patente más antigua del mundo (¡1608!), Jameson es probablemente el más popular y Tullamore Dew es, a mi juicio, el más suave, meloso y equilibrado de los tres.

El whiskey americano
Su principal característica es el uso de maíz junto con la cebada en la confección del licor. Una vez destilado permanecerá dos años en barriles nuevos (a diferencia del whisky escocés y del irlandés) cuyo interior es previamente carbonizado. Four Roses era el whiskey americano más conocido fuera de los EE.UU. hasta que los Guns ‘n’ Roses popularizaron el Jack Daniel’s (también es verdad que es el de mayor calidad).

Algunas consideraciones sobre el modo de beberlo
El buen whisky/whiskey está concebido para beberlo solo o, como mucho, rebajado con agua mineral. El uso del hielo es tajantemente desaconsejable porque solo mata aromas y sabores que no aparecen por debajo de determinadas temperaturas. Quienes le añaden hielo o lo mezclan con refrescos no buscan su sabor, sino el efecto del alcohol. Es probable que si lo probaran solo hasta les resultara desagradable. El buen bebedor disfruta del mágico elixir ámbar como si se tratara (esto resultará políticamente incorrectísimo) de una mujer: con los cinco sentidos. El tacto para comenzar a acariciar esas mágicas botellas y sus etiquetas; concentra tu oído escuchándolo derramarse en el vaso; deleita la vista con su color ámbar mientras lo remueves y el olfato llevándolo a la nariz (hay gran cantidad de aromas que luego escaparán al gusto) y, finalmente, saboréalo dejándolo deslizarse lentamente de los labios a la lengua y de ahí a la garganta. No olvidemos, para finalizar, aquel viejo y sabio proverbio escocés que reza: cuando bebo un whisky me siento otro hombre, y ese otro hombre necesita otro whisky.

 

sábado, 6 de febrero de 2010

Los tiempos de Daffari

Antonio Daffari y su hija Encarna en una foto de mediados de los 40.
Al fondo el trono de la Soledad del Sepulcro.
A mi tía Encarna, hija del Capataz de las naves de Málaga

Hablar de los tiempos de Daffari es referimos a toda la primera mitad del siglo XX, o lo que es lo mismo; a los inicios de la moderna Semana Santa de Málaga tal y como ahora la conocemos. Antonio Daffari no es sólo el primer capataz de trono profesional del que hay noticia (especie que arranca con él y, desgraciadamente, parece extinguirse en la actualidad con Julio Torres). Es también el hombre que creó el característico paso malagueño con el que aún llevamos nuestros tronos y que, aunque no se repare en ello, es un símbolo más de identidad de nuestra ciudad. Como veremos más adelante, Antonio Daffari no sólo participó de forma activa en la Semana Santa como capataz, sino también en las reagrupaciones y fundaciones de Cofradías y Hermandades a principios del siglo XX.
No debemos tampoco olvidar que los tiempos de Daffari lo son también de otros míticos nombres de capataces contemporáneos. Algunos trabajaron junto a él, como Juan Ceja (su encargado de cola), otros comenzaron a su cobijo y se convertirían, andando el tiempo, en la “segunda generación” de capataces malagueños, cuyo máximo representante sería Manuel Sánchez, el entrañable “bigote pana” (fallecido hace pocos años), y no queremos dejar de recordar a otros capataces como “el Caimán”, Antonio Bros, o la también legendaria saga de los Polo (con los que además de coincidir en el tiempo, compartiría alguna que otra rivalidad profesional). Y, por supuesto, son también los tiempos de cientos de hombres de trono anónimos que con su gran esfuerzo, y no sin ilusión, hacían posible que moles de varias toneladas cargadas con baterías eléctricas(1), fueran levantadas sobre varales de madera maciza a cambio de lo que tan sólo suponía un extra para sus jornales en los muelles(2), la construcción, o los campos de los montes de Málaga. Hombres de trono a los que aún hoy día hay gente que califica de “mercenarios”, negándoles un merecido reconocimiento en la historia de la Semana Santa malagueña.
Antonio Daffari Hidalgo nació en 1883 en Barcelona, en el seno de una familia de heladeros malagueños de origen italiano. Su abuelo, Giuseppe d’Affari(3), había llegado a Málaga desde la localidad de Asti (próxima a Turín), contratado como maestro heladero, oficio que continuaría su hijo José Daffari, padre de nuestro capataz. Ésa debería haber sido también la profesión de su hijo Antonio si éste no hubiera antepuesto al deseo de su padre la otra gran pasión que compartía junto a la Semana Santa: los caballos. De esta forma, nuestro hombre llegó a ser maestro guarnicionero para las caballerías de la plaza de toros de la Malagueta(4).
Hombre de profundas convicciones religiosas, formó parte del grupo que, en torno al padre Ponce, reorganizó la Cofradía de Pollinica, junto a nombres tan señeros de nuestra Semana Santa como el de un jovencísimo Paco Triviño. Fue precisamente el padre Ponce quien le convenció para conducir por primera vez el trono de Nuestro Padre Jesús a su entrada en Jerusalén. Corría el año 1912(5) y muy poco después sumaría a este trono el de Jesús en la Oración del Huerto. Existen algunas fotos de la época en las que es posible verle ataviado (curiosamente) con traje oscuro y pajarita mientras dirige las maniobras del trono portado por horquilleros con túnica y faraona.
En 1925 participa también en la fundación del Prendimiento en Santo Domingo(6), Hermandad vinculada a los contratistas y proveedores del mercado de Atarazanas. La relación de Antonio Daffari con los comerciantes del mercado central venía a través de su esposa, María Herero (sic), dueña de una carnicería en la calle Puerta Nueva(7). Como podemos observar, la labor de nuestro hombre iba más allá de conducir los tronos por las calles de Málaga. Sin embargo, sigue siendo difícil romper el prejuicio aún existente en ciertos círculos, de que los capataces y hombres de trono (sobre todo los de antaño), formaban un grupo un tanto ajeno y extraño a la normal vida cofrade.
Existe otro dato más (aunque desconocido por no aparecer en ningún libro de historia), que si no relaciona directamente las inquietudes religiosas de Antonio Daffari con su implicación en la creación de cofradías, si lo hace con su preocupación por el patrimonio artístico y religioso (y en cierto modo revela también su valor): Fue él quien salvó y ocultó, junto a otros hermanos de la cofradía, la cabeza de Nuestro Padre Jesús en la Oración del Huerto, que había sido separada del resto de la talla durante el saqueo de la iglesia de los Mártires en los sucesos de mayo de 1931. El capataz vivía en calle San Telmo (cerca de la citada iglesia) y al parecer, en un momento de descuido por parte de los saqueadores, aprovechó para recoger la cabeza de la pila en la que se encontraba amontonada ocultándola en un paño(8).
Hay otras muchas anécdotas, ya relacionadas con sus labores de capataz, y que él no se cansaba de recordar en las muchas entrevistas que le fueron realizadas a lo largo de su vida: Percances, como el de que en una ocasión cayó al suelo ante el trono de la Pollinica y éste le pasó entero por encima, aunque salió afortunadamente ileso(9). Apuestas ganadas, como la que le valió una merecida cena al asegurar que conseguiría hacer doblar al nuevo trono de la Piedad con sus varales de catorce metros por la esquina de Especerías con calle Nueva(10)  O su anécdota preferida: como un lluvioso Viernes Santo de 1948 les avisaron a él y su cuadrilla (que ya se habían encerrado), para recoger al Cristo del Amor que se encontraba “chorreando” en plena calle Victoria. “¡Lo llevaron como leones!”. Contaba con emoción y orgulloso de sus hombres de trono.
“Sus” hombres de trono, y recalcamos lo de “sus”, ya que ésa es una de las características que diferenciaban al antiguo capataz profesional del actual: el vínculo personal con los hombres de trono. Como por entonces el varal no era considerado un puesto para los hermanos en los desfiles(11), las cofradías delegaban en los capataces la tarea de reclutar, tallar y organizar sus propias cuadrillas de hombres de trono. De alguna manera parecía querer evitarse todo contacto entre hombres de trono y hermanos, pues eran también los capataces los encargados del reparto de túnicas y de los pagos. En el caso de Daffari, todas estas tareas se realizaban en su propia casa(12) con la colaboración entusiasta de su hija Encarna (a la que todavía recuerdan con cariño muchos viejos hombres de trono(13). Cada capataz tenía un núcleo de confianza más o menos fijo con el que trabajaba a lo largo de toda la semana y repetía un año tras otro. Algunos hombres de trono, cuando ya los años y los achaques del cuerpo no les permitían pegarse al varal, eran reenganchados como botijeros o canasteros para poder continuar cerca de los tronos que durante tantos años habían llevado. Hermosa forma, sencilla y sincera, de implicarse con la Semana Santa.
Antonio Daffari fue capataz del Huerto y la Concepción, del Cautivo y la Trinidad, de Gitanos, de las Penas, del Rescate, de Sentencia y el Rosario, del Rocío, de Fusionadas, de la Sangre y Consolación, de la Buena Muerte y la Soledad, del Santo Suplicio, los Milagros y la Amargura, de la Piedad, de la Soledad del Sepulcro, del Resucitado, de la Divina Pastora, de María Auxiliadora, del Carmen, de la Victoria... y sobre todo de su querida Pollinica(14): su primera Cofradía y la última que estuvo sacando hasta el final de su vida(15). Así podemos verlo hoy día: vestido con túnica blanca, faraona y sandalias. Observándonos serio y solemne desde el silencio en blanco y negro de decenas de fotos antiguas.
Aunque Antonio Daffari murió en un ya lejano 1960, es todavía posible encontrarse con algún viejo hombre de trono que, con una sonrisa en los labios y un brillo especial en los ojos, nos comenta henchido de orgullo mientras consume pausadamente su pitillo: “Yo fui hombre de Trono, en los tiempos de Daffari”.

Notas:

1: Vaya como ejemplo que en los años 50 el trono de Humillación (el mismo que se procesiona en la actualidad y al que hay que añadir baterías, varales de pino, etc.) era llevado por tan solo ¡40 hombres!
2: En entrevista publicada por el diario Sur el 6 de abril de 1949, Antonio Daffari declara que el jornal máximo recibido por los hombres de trono es de “seis duros”. O sea, 30 de nuestras antiguas pesetas. El capataz aprovecha también el momento para reivindicar una subida de tarifas para sus hombres.
3: D’Affari es la grafía correcta del apellido en italiano que, al castellanizarse perdió el apóstrofe y derivó en Daffari. Antonio Daffari no llegó a tener hijos varones y todos sus descendientes directos llevan el apellido como segundo, así que, desgraciadamente, se perderá.
4: Su taller particular estuvo emplazado en la calle García Briz. Es curioso señalar que, debido a su oficio, fue durante años el encargado de confeccionar los uniformes de cuero para la “guardia romana” del Santo Traslado.
5: En el citado Sur del 6 de abril de 1949, Antonio Daffari declara que treinta y siete años atrás, sacó por vez primera el trono de la Pollinica.
6: Fuente: A. Llordén y S. Souvirón. Historia documental de las Cofradías y Hermandades de Pasión de la ciudad de Málaga.
7: Dato curioso: María Herero fue la primera mujer (y la única de su tiempo) con permiso para entrar en el matadero municipal.
8: Dicen de él que era hombre modesto. Esta historia jamás fue contada en público por Antonio Daffari. Si se ha transmitido ha sido posteriormente dentro de su familia.
9: En entrevista concedida al diario Sur el 1 de marzo de 1942.
10: Según Daffari, éste era el punto más difícil de todo el recorrido para los tronos de Semana Santa.
11: Excepciones eran Pasión y Estudiantes.
12: Su nieto Juan (mi padre) recuerda haber visto pilas de túnicas amontonadas hasta el techo con los colores de las distintas cofradías en casa de su abuelo.
13: Sin ir más lejos un día descubrí que mi suegro había sido en alguna ocasión hombre de trono para Daffari cuando me comentó que recogía su jornal en calle San Telmo, donde les pagaba “una señorita”.
14: Con toda seguridad de algunas más, pero no las incluyo en esta relación sin su total confirmación.
15: Fue recogiendo su testigo en la mayor parte de los tronos Manuel Sánchez “bigote pana”.

viernes, 5 de febrero de 2010

El hermano rudo y romántico

Llega el torneo de las 6 naciones y a partir de este fin de semana disfrutaré en cualquier pub irlandés (pinta de Guinness en mano incluida), de ese hermano rudo y romántico del fútbol llamado rugby.
Ambos hermanos eran prácticamente idénticos hasta que a mediados del siglo XIX comenzaron a distinguirse. Uno de ellos optó por complicarse y dar protagonismo al juego con el pie, pero gracias a este artificio se hizo más técnico, más estético, más coqueto y (por qué no decirlo) más artístico. Todas estas razones lo hicieron también más popular, hasta el punto de que ha logrado conquistar a la práctica totalidad del planeta.
El otro hermano salió más parecido a sus padres y decidió conservar la pureza, la virilidad y el contacto físico, pero también esa esencia de combate honorable (eso que llamamos deportividad) que por desgracia muchos deportes, incluido su hermano, han ido perdiendo.
En el rugby no existe el todo vale. Aquí no hay faltas fingidas, provocaciones al contrario para conseguir su expulsión o constantes protestas al árbitro para echarle el público encima. Lejos de eso, aquí veremos jugadores que no se retuercen por el suelo tras ser frenados en seco por moles con bastante más de cien kilos, o tipos que se retiran del campo sin gimotear con la cabeza abierta para volver a entrar vendados un par de minutos después. Con respecto a los árbitros, baste con decir que es la persona más respetada sobre el campo. Como los jugadores no cuestionan sus decisiones, el público tampoco.
Pero el lado más romántico del rugby surge cuando hablamos de dinero. A diferencia de su multimillonario hermano, en el 6 naciones el sueldo de los jugadores es prácticamente simbólico. Los seleccionados ya se sienten suficientemente recompensados con el hecho de poder defender a su país en una de las competiciones más antiguas del mundo.
La competición comenzó con un enfrentamiento entre Escocia (hoy día limitada por una tosca línea de ataque) e Inglaterra. Los ingleses son llamados año tras año a ser uno de los eternos favoritos, aunque en los últimos torneos se ha visto perjudicada por las lesiones de su capitán John Wilkinson, el mejor jugador del mundo. Después entraron Gales (mi equipo preferido) e Irlanda. Los galeses son un equipo admirable dentro del deporte profesional: una selección de espíritu amateur donde compiten algunos carniceros, mineros, etc. que juegan al rugby en sus ratos libres. Si el caso de Gales es admirable, lo que el rugby consiguió en Irlanda puede calificarse de milagroso: el rugby es responsable de ser el único deporte en el que toda la isla aparece representada y unificada, donde juegan juntos jugadores de Ulster y Eire, católicos y protestantes y donde la afición escucha con respeto el himno de la comunidad contraria. Aunque finalmente vencieron el torneo en 2009, los irlandeses han sido el equipo más completo e irregular de los últimos años. Tan capaces de vencer a domicilio a los ingleses en su feudo de Twickenham el mismísimo día de San Patricio, como de perder el campeonato contra Italia en la última jornada. Esa irregularidad aparece perfectamente encarnada en su mejor jugador, el gran Ronan O’ Gara. El medio irlandés acierta a meter entre palos patadas de más de 50 metros y falla tiros a escasa distancia de portería. En cualquier caso, un jugador genial.
La entrada de Francia aportó un elegante juego a la mano (el llamado rugby champagne) y en los últimos años parecen haber gozado de cierta “simpatía” arbitral en decisiones puntuales (ningún deporte, ni siquiera el rugby, está exento de polémica).
Yo era uno de los que se rasgó las vestiduras cuando el 5 naciones aceptó a Italia, pero hay que reconocer que este equipo plagado de nacionalizados de origen argentino (una de las grandes selecciones del hemisferio sur), se ha ido superando año tras año gracias a su generoso derroche de combatividad. A mi acabaron conquistándome tras una gloriosa derrota en Twickenham en la que llegaron a poner a Inglaterra contra las cuerdas y los locales, a pesar de la victoria, se retiraron del campo cabizbajos al final del partido (¡estas cosas sólo ocurren en el rugby!) . Es también de justicia reconocerles que han conseguido ser más competitivos que los mismísimos escoceses.
Todos estos elementos hacen que el espíritu del rugby sea como el de algunos de esos personajes de Stevenson, Conrad o Hugo Pratt. Uno de esos tipos indómitos y curtidos en mil aventuras, tan capaces de arriesgar la vida vendiéndola al mejor postor, como de lanzar el dinero a la cara de su cliente si la misión cumplida no les ha parecido honorable.

Irlanda, campeona del "Torneo de las 6 naciones" en 2009.

lunes, 1 de febrero de 2010

Corazón, alma, sueños y sangre

Al margen del equipo de nuestra localidad, ser seguidor de un equipo de fútbol es de las pocas cosas que se pueden elegir en esta vida -habrá barcelonistas en Pekín e incluso Madrid, o tifosi de la Juve en Qatar-, pero si en el primer caso está claro que el vínculo que nos une es meramente espacial, en el segundo las razones que provocan la afición por unos colores determinados son un completo misterio que forma parte de la mitología particular de cada uno.

El Málaga es el equipo de mi corazón. El primer nebuloso recuerdo relacionado con fútbol que mantengo en la memoria es de algún partido del Málaga en la Rosaleda hace vaya usted a saber cuantos años. Aún hoy me emociona la impresión que me provocaba ver surgir el verdor del césped ante mis ojos conforme subía el acceso a las gradas de la mano de mi abuelo. Fue también el Málaga el que rompió ese mismo corazón un 27 de julio de 1992. Tras años de gestión filibustera, de pasar vergüenza ajena viendo como embargaban trofeos o cortaban luz, agua y teléfono, de contemplar impotente como Juan Gómez Juanito tuvo que salir a buscarse la muerte a las carreteras extremeñas porque aquí no podía ya pagársele su sueldo de técnico, la asamblea de socios acordó la desaparición de un C.D. Málaga en quiebra y su refundación como Málaga C.F. en 3ª división. Después llegarían los ascensos fulgurantes, el regreso a 1ª y hasta la Intertoto y UEFA que más o menos fueron cerrando la herida, pero a mí siempre me quedará una enorme cicatriz. Y como todas las cicatrices se resiente en tiempos de nubarrones.

Lo normal es que los gustos futbolísticos de los hermanos mayores influyan en los de los pequeños. En mi caso fue al revés. Veía a ese niño amar al Athletic con tanto entusiasmo, que al final me acabó contagiando. Y es que, en estos tiempos de merchandising ultra capitalista, audiencia internacional y televisión de pago ¿cómo no amar a un equipo que por número de socios podría haber seguido siendo grande y por fidelidad a sus principios prefirió ser modesto? ¿Cómo no amar a una afición que antepone los colores a los intereses del mercado? ¿Cómo no amar un estadio que es la una Catedral donde se vive y respeta el fútbol como en ningún otro campo? El amor al Athletic es como el alma: un sueño romántico e irracional, por eso el Athletic siempre será el equipo de mi alma.

Cuando los niños soñaban en la calle mientras corrían tras un balón, con llegar a jugar en el Madrid o el Barcelona, yo soñaba con el Liverpool. En los tiempos en que no existía Internet y todo lo que llegaba a una pantalla era a través de dos canales de televisión, el fútbol inglés era algo absolutamente exótico. Una retransmisión de la final de copa inglesa con los Grobbelaar, Beardsley, Rush y, sobre todo, los eléctricos slaloms por la banda de John Barnes, convirtió para siempre al Liverpool en el equipo de mis sueños. La tragedia de Heysel del 85 y la posterior prohibición de participar en competiciones europeas para los equipos ingleses lo hizo aún más lejano y misterioso. Fueron años en los que, a falta de partidos oficiales entre los equipos continentales y los de las islas, la competitividad a nivel internacional de los clubes ingleses entraba en los terrenos de la especulación. Y así, uno tenía que volver a esos sueños para imaginar como sería una eliminatoria que enfrentara al Liverpool con el Madrid o el Milan. Eso son los Reds, el equipo de mis sueños.

Desde que tengo uso de razón he estado orgulloso de la sangre italiana (más concretamente piamontesa) que corre por mis venas. Por esa razón siempre tuve cierta afinidad con la Juventus (además allí estaba Platini, uno de mis jugadores preferidos). Sin embargo, a finales de los 80, supe que la vieja señora de los Alpes no era la única inquilina de la ciudad, sino que la compartía con un pariente pobre que lucía una camiseta grana como mi sangre: el Torino. Con el tiempo me enteré de que la Juventus era italiana y de la Fiat, mientras que el Toro era genuinamente piamontés y turinés. Cuando encima conocí su trágica y fascinante historia, con la catástrofe de Superga o la desafortunada muerte de Gigi Meroni, el Toro tiñó definitivamente de grana mi sangre piamontesa.

He hablado de los equipos de mi corazón, alma, sueños y sangre. Faltan mis entrañas... que siempre fueron antimadridistas, pero eso es ya otro cantar.

"Il grande Torino", trágicamente desaparecido
en el accidente aéreo de Superga el 4 de mayo de 1949