Llega el torneo de las 6 naciones y a partir de este fin de semana disfrutaré en cualquier pub irlandés (pinta de Guinness en mano incluida), de ese hermano rudo y romántico del fútbol llamado rugby.
Ambos hermanos eran prácticamente idénticos hasta que a mediados del siglo XIX comenzaron a distinguirse. Uno de ellos optó por complicarse y dar protagonismo al juego con el pie, pero gracias a este artificio se hizo más técnico, más estético, más coqueto y (por qué no decirlo) más artístico. Todas estas razones lo hicieron también más popular, hasta el punto de que ha logrado conquistar a la práctica totalidad del planeta.
El otro hermano salió más parecido a sus padres y decidió conservar la pureza, la virilidad y el contacto físico, pero también esa esencia de combate honorable (eso que llamamos deportividad) que por desgracia muchos deportes, incluido su hermano, han ido perdiendo.
En el rugby no existe el todo vale. Aquí no hay faltas fingidas, provocaciones al contrario para conseguir su expulsión o constantes protestas al árbitro para echarle el público encima. Lejos de eso, aquí veremos jugadores que no se retuercen por el suelo tras ser frenados en seco por moles con bastante más de cien kilos, o tipos que se retiran del campo sin gimotear con la cabeza abierta para volver a entrar vendados un par de minutos después. Con respecto a los árbitros, baste con decir que es la persona más respetada sobre el campo. Como los jugadores no cuestionan sus decisiones, el público tampoco.
Pero el lado más romántico del rugby surge cuando hablamos de dinero. A diferencia de su multimillonario hermano, en el 6 naciones el sueldo de los jugadores es prácticamente simbólico. Los seleccionados ya se sienten suficientemente recompensados con el hecho de poder defender a su país en una de las competiciones más antiguas del mundo.
Pero el lado más romántico del rugby surge cuando hablamos de dinero. A diferencia de su multimillonario hermano, en el 6 naciones el sueldo de los jugadores es prácticamente simbólico. Los seleccionados ya se sienten suficientemente recompensados con el hecho de poder defender a su país en una de las competiciones más antiguas del mundo.
La competición comenzó con un enfrentamiento entre Escocia (hoy día limitada por una tosca línea de ataque) e Inglaterra. Los ingleses son llamados año tras año a ser uno de los eternos favoritos, aunque en los últimos torneos se ha visto perjudicada por las lesiones de su capitán John Wilkinson, el mejor jugador del mundo. Después entraron Gales (mi equipo preferido) e Irlanda. Los galeses son un equipo admirable dentro del deporte profesional: una selección de espíritu amateur donde compiten algunos carniceros, mineros, etc. que juegan al rugby en sus ratos libres. Si el caso de Gales es admirable, lo que el rugby consiguió en Irlanda puede calificarse de milagroso: el rugby es responsable de ser el único deporte en el que toda la isla aparece representada y unificada, donde juegan juntos jugadores de Ulster y Eire, católicos y protestantes y donde la afición escucha con respeto el himno de la comunidad contraria. Aunque finalmente vencieron el torneo en 2009, los irlandeses han sido el equipo más completo e irregular de los últimos años. Tan capaces de vencer a domicilio a los ingleses en su feudo de Twickenham el mismísimo día de San Patricio, como de perder el campeonato contra Italia en la última jornada. Esa irregularidad aparece perfectamente encarnada en su mejor jugador, el gran Ronan O’ Gara. El medio irlandés acierta a meter entre palos patadas de más de 50 metros y falla tiros a escasa distancia de portería. En cualquier caso, un jugador genial.
La entrada de Francia aportó un elegante juego a la mano (el llamado rugby champagne) y en los últimos años parecen haber gozado de cierta “simpatía” arbitral en decisiones puntuales (ningún deporte, ni siquiera el rugby, está exento de polémica).
Yo era uno de los que se rasgó las vestiduras cuando el 5 naciones aceptó a Italia, pero hay que reconocer que este equipo plagado de nacionalizados de origen argentino (una de las grandes selecciones del hemisferio sur), se ha ido superando año tras año gracias a su generoso derroche de combatividad. A mi acabaron conquistándome tras una gloriosa derrota en Twickenham en la que llegaron a poner a Inglaterra contra las cuerdas y los locales, a pesar de la victoria, se retiraron del campo cabizbajos al final del partido (¡estas cosas sólo ocurren en el rugby!) . Es también de justicia reconocerles que han conseguido ser más competitivos que los mismísimos escoceses.
Todos estos elementos hacen que el espíritu del rugby sea como el de algunos de esos personajes de Stevenson, Conrad o Hugo Pratt. Uno de esos tipos indómitos y curtidos en mil aventuras, tan capaces de arriesgar la vida vendiéndola al mejor postor, como de lanzar el dinero a la cara de su cliente si la misión cumplida no les ha parecido honorable.
Irlanda, campeona del "Torneo de las 6 naciones" en 2009. |
Tan sólo discrepo respecto a lo del mejor jugador de Irlanda, que para mí es el capitán Brian O'Driscoll. Por otra parte, es una lástima que Johnnie Wilkinson -sin duda el mejor jugador del mundo- haya pasado los mejores años de su carrera apareciendo y desapareciendo como el Guadiana por culpa de sus problemas de rodilla. Aun así resulta cuando menos sorprendente que, cada vez que hace acto de aparición (en ocasiones tras varios meses en el dique seco), o bien hace a Inglaterra campeona del mundo -épica, homérica la patada que salió de su pie en el último suspiro de la final para lograr el tanto campeón contra Australia en 2006-, o bien lleva a cuestas hasta la final a un equipo huérfano de competitividad y talento como ocurrió en el último campeonato frente a Sudáfrica. Dicho lo cual... hay que reconocer que, hoy por hoy, la selección sudafricana parece no tener rival entre los mejores del hemisferio norte. Son, simple y llanamente, una máquina de hombres ensamblada a la perfección.
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