sábado, 8 de mayo de 2010

El adiós de Mahler

Gustav Klimt "El árbol de la vida" (detalle)
Críticos, músicos e historiadores parecen de acuerdo en que el germen de la música moderna se gestó el 10 de junio de 1865, fecha del estreno de la ópera Tristán e Isolda de Richard Wagner. En aquella partitura, por primera vez en la historia de la música clásica, el cromatismo musical igualaba en importancia a la tonalidad y, desde su famoso primer acorde, aparecían notas caracterizadas por la inestabilidad armónica.
En las décadas que separan esa fecha del inicio del siglo XX, compositores como Debussy, Janaček, Richard Strauss o Ravel, se adentraron por el camino iniciado en el Tristán, coqueteando con la liberación de las formas tonales, pero ninguno se atrevió a romper las barreras de la armonía. Gustav Mahler, hombre a caballo entre una gran variedad de contradicciones (romanticismo y modernidad; Europa y América; judaísmo y cristianismo; decadencia y renovación) fue, tal vez por todas estos conflictos, quien llegó un poco más lejos.
En 1907 Mahler comenzó la que, siguiendo la numeración convencional, debería haber sido su Novena sinfonía, pero a todas las contradicciones anteriormente expuestas hay que añadir que Mahler era profundamente supersticioso. Todos los músicos del ámbito cultural germano que habían dado protagonismo a la sinfonía, comenzando por el propio Beethoven y pasando por Schubert y Bruckner, habían sido incapaces de sobrevivir a la composición de más de nueve sinfonías. Amparándose en la intervención de la voz (algo que ya aparecía en otras de sus sinfonías precedentes como las 2ª, 3ª, 4ª y 8ª), Mahler trató de sortear esa “maldición” bautizándola como Das Lied von der Erde (“La canción de la Tierra”).
En 1909 termina una nueva sinfonía. Sin presencia de la voz y con la clásica estructura en cuatro movimientos. Ya no hay forma esquivar al destino y Mahler no tiene más remedio que numerarla con el 9. Los malos presagios de Mahler se habían hecho realidad en el ínterin entre ambas composiciones, ya que, tras varios episodios de arritmia, le había sido diagnosticada una irreversible y avanzada enfermedad coronaria. Mahler sabe que va a morir más pronto que tarde y que, a pesar de sus ardides para esquivar al destino, la Novena va a ser su última creación.
Toda la obra, pero en especial su cuarto y último movimiento, es planteado como un adiós a la vida. Pero no es una despedida testamentaria y resignada, sino la protesta de alguien que se rebela contra un final injusto; de quien ama profundamente la vida, se considera joven para morir (efectivamente no tenía ni 50 años) y piensa en todo lo que aún le podría deparar en el plano artístico (Mahler nunca se consideró suficientemente comprendido ni valorado) y personal. En este último aspecto juega un papel clave el intenso amor que profesaba hacia su mujer, un amor que en cierto modo le acomplejaba (Alma era casi veinte años más joven que él) y le hacía sentirse inseguro al pensar en el entorno personal de su esposa.
A lo largo del cuarto movimiento, como si de un sueño recurrente se tratase, va erigiéndose como protagonista de la música una obsesiva melodía de forma cíclica y esquema espiral que recuerda a esos sinuosos arabescos que decoran los fondos de muchos de los cuadros de su compatriota y contemporáneo Gustav Klimt. Esa hipnótica y febril melodía no es otra cosa que la agónica lucha de Mahler contra la muerte. A mitad el cuarto movimiento hay un breve instante de paz espiritual (Bernstein, el mayor mahleriano de todos los tiempos, lo calificó de momento zen) en la que el compositor, a través de la música, parece aceptar la muerte (no por casualidad cobran protagonismo los clásicos instrumentos de viento-madera de las capillas musicales para difuntos), pero en seguida Mahler vuelve a rechazar la idea e irrumpe con violencia el tema principal. Finalmente su fuerza irá decayendo y la sinfonía concluye con la música fundiéndose lentamente en el silencio (igual que la vida se acaba fundiendo con la muerte). Mahler, finalmente, parece afrontar su destino en paz.
El 18 de mayo de 1911, tras varios días de agotadora lucha entre sueño y vigilia, Mahler hace un esfuerzo agónico para pronunciar la palabra “Mozart”. Probablemente, por asociación de ideas, recordaba en el momento de se muerte al genio salzburgués. Fueron, efectivamente, sus últimas palabras.
El otro adiós de Mahler es a la propia forma sinfónica (de quien el se sabía último representante) e incluso a la tonalidad. En el Adagio de la Novena, Mahler lleva la melodía hasta el mismo umbral de la tonalidad. La partitura de la Novena sinfonía está recorrida por disonancias, por acordes cuya tensión no parece resolverse. Sólo hacía falta un tímido empujón para que la música traspasara la puerta. No por casualidad sería un discípulo de Mahler, el brillante Arnold Schoenberg, quien atravesara esa puerta, pero no tímidamente, sino haciéndola saltar por los aires. La música ya no volvería a ser la misma.




Para aquellos que han decidido dedicar 25 escasos minutos de su vida a la audición del Adagio de la novena sinfonía de Mahler dejo estas sencillas recomendaciones:
Procura hacerlo con un equipo de sonido que garantice un mínimo de calidad (abstenerse de los altavoces del PC).
Sírvete tu copa preferida y ponte lo más cómodo y relajado posible.
Elige una hora en la que puedas aislarte del mundo, teléfono móvil incluido, durante estos escasos 25 minutos.
Libérate de prejuicios y… Disfruta.

8 comentarios:

  1. Gracias Pablo. Si no es por tí nunca, al menos en mi caso, podría haber disfrutado de esta bella manifestación contra lo injusto e irremediable del fin de la vida.
    La paz que transmite, lo siniestro y desesperado que se puede "rascar" en su fondo, el drama de lo imparable, y lo que es peor; el saberlo. Plasmarlo para otros con el don que poseía es al fin y al cabo el legado que pocos pueden dar. Mahler, bendita muerte que vino parir semejante obra.

    Aunque no venga al cuento, o si..., no sé porqué me ha unido tu propuesta a una de las lecturas del "insti" que si quedaron en mi memoria. Tras echarle un nuevo vistazo claro, pues no me acordaba ya......., quede una copla como muestra de su belleza. La VIII. (Por si alguien se anima a leer al Sr. Manrique). ;-]

    ""Ved de cuán poco valor
    son las cosas tras que andamos
    y corremos, ... Ver más
    que, en este mundo traidor,
    aun primero que muramos
    las perdemos.
    Dellas deshaze la edad,
    dellas casos desastrados
    que acaeçen,
    dellas, por su calidad,
    en los más altos estados
    desfallescen"".

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  2. Muy al contrario, gracias a ti, Ricardo, por seguir este blog y enriquecerlo con tus comentarios.
    La alusión a Jorge Manrique y las "Coplas a la muerte de su padre" me parece muy bien traída al caso, ya que suscita la reflexión de como la muerte (al igual que la vida, que no es más que la otra cara de la moneda) ha sido una constante fuente de inspiración en cualquier manifestación de la historia del arte.
    La cita de Manrique también permite debatir como cada artista ha afrontado la muerte de una forma diferente. El poeta la acepta de forma melancólica, resignada y devota, esperando que sea el paso a una vida mejor. Para el compositor la muerte significa todo lo que ya no va a poder vivir y su obra es un acto de protesta y rebeldía.
    ¡Qué tiempos aquellos en los que en el instituto se leía a Manrique en lugar de "Las lágrimas de Shiva"! (que conste que no tengo nada contra este libro")

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  3. Amigo Daffari, cuando me paso por aquí siempre me encuentro con cuestiones graves (fútbol, Semana Santa...) y usted sabe que lo mío son las cuestiones agudas o, en todo caso, esdrújulas. Del fútbol apenas sé lo que cualquier terrícola, y, en Semana Santa, apenas si llego a japonés (no sé si visitó mi bitácora anteayer). Sea como fuere, no quería dejar pasar más tiempo sin saludarle por su casa de usted, y la ofrenda de Mahler me parece, paradójicamente, una ocasión feliz para hacerlo. Un abrazo viril, como siempre.

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  4. Vuelta a oir. ¡Espectacular!. Como tema artístico lleva implícito interpretaciones diversas seguidas de las consecuentes opiniones. Para mi todas ejemplos a seguir debido a mi ignorancia, pero, si se me permite una pincelada personal, decir que no llego a percibir ese manifiesto trágico del motivo, y sí en muchos momentos esa "paz" que dibuja la resignación. En cualquier caso, para mi torpe oído, un lujo que espero no olvidar.
    Por cierto, ¿a qué te refieres con traspasar esa puerta de "disonancias"?. ¿Qué dejó Schoenberg?.

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  5. Recién entro y me encuentro con tan trascendentes cuestiones.
    En general, adoro la música, aunque me temo que mi erudición musical no roza ni el 1%. He leído tu entrada en voz alta y he comenzado una calurosa discusión (de las buenas, por supuesto) con mi chica, que es pianista profesional y mucho más entendida en todos estos asuntos.
    En cuanto cumpla tus condiciones de audición, escucho la sinfonía recomendada.

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  6. Ante todo, sea bienvenido a este rincón, amigo Amaro.
    Para mi fue una satisfacción encontrar su blog, porque como en la canción de Police, hace pensar que uno no está sólo en medio de este marasmo desierto que es la web, pues le confieso que hasta ahora un blog como el mío tan variopinto en opiniones y temas suele crear pasmo y rechazo a partes iguales.
    Me produjo gran asombro comprobar que compartimos incluso la devoción por los Maiden.
    Un ciber abrazo.

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  7. Supongo que los seguidores de estopa y consumidores de telenovelas y sálvames deluxe nos llaman frikis.

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  8. Magistral cuerda, igual metal en su momento y sublime percusión. Qué tio este tio. Hoy, tras oirlo ya varias veces desde el último apunte, he podido ver "la parca" segando bajito y "alguien" mirándola, de lejos, luego más cerca, para recibira cuál amiga. Duro y dulce. No le saco a ésto una explicación definitiva., y , espero no hacerlo nunca.

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