El profeta Zacarías, por Miguel Ángel, en la bóveda de la capilla Sixtina. |
Ese día todos los profetas se avergonzarán de su misión y ninguno vestirá su manto para predicar.
Y cada uno dirá. “No soy profeta; sino agricultor. La tierra siempre fue mi ocupación”.
Zacarías 13, 4-5.
Y cada uno dirá. “No soy profeta; sino agricultor. La tierra siempre fue mi ocupación”.
Zacarías 13, 4-5.
Con ese mismo espíritu me dirigía yo al estadio de la Rosaleda. Sin vestir, por primera vez en toda la temporada, la camiseta del Málaga. La falta de fe en la permanencia y la vergüenza ante una más que previsible goleada del Madrid me habían dejado en casa las ganas de lucir los colores albicelestes. Mi intención no era otra que la de confundirme entre las filas de pueblerinos (en el buen sentido de habitantes de pueblo) que acuden en masa a la Rosaleda cada vez que juegan el Barcelona o el Madrid.
Una semana antes mi fe y dignidad malaguista habían tocado fondo y para que se cumpliera otra de las profecías del propio Zacarías (esa que los evangelistas adjudican al Iscariote), había puesto en venta mi abono con la idea de, al menos, sacar algún provecho de la nefasta temporada de juego y resultados con la que había malgastado mi dinero.
Ya el temprano gol me hizo olvidar la temporada, los sapos y culebras y hasta las treinta monedas de plata. Yo adoro la música, el cine y la literatura, pero ni Wagner, John Ford o Borges pueden trasmitir la eléctrica descarga de adrenalina que nos hace vivir este espectáculo real al que llamamos fútbol.
A falta de cinco minutos, si el resultado se mantenía, el destino del Málaga dependía de que el Tenerife no ganara en Valencia. Todo el estadio tenía los ojos en la Rosaleda y los oídos en Mestalla y desde allí, se cantó un gol…
Para demostrar que se cumplía un destino escrito con letras de profecía bíblica, quiso el Dios del fútbol que fuera Alexis, uno de los muchos malaguistas exiliados en busca de un futuro mejor, quien marcara el gol que daba la victoria al Valencia y confirmaba al Málaga en primera.
Yo lloraba en mi asiento como un niño con la cabeza entre los brazos mientras mi hermano se abrazaba eufórico con un montón de desconocidos. Porque el fútbol tiene esas cosas: la comedia, el drama, la realidad en definitiva que transmite, es auténtica. El fútbol se vive como la vida misma.
A pesar de que ambos reaccionamos de forma antagónica ninguno de los dos pudo evitar acordarse inmediatamente de ti. De tu malaguismo irreductible; de que siempre mantenías una fe inquebrantable en este equipo. Y de que el Málaga, como cumpliendo una señal profética que nos habías dejado y no supimos interpretar, había regresado a primera un 30 de junio de 2000. El día que, como signo de fe en su resurrección, se cumplía un año de tu muerte. Perdóname, abuelo. He pecado contra el malaguismo y contra ti.
Qué lejos quedaba Canaletas. Qué lejos las obligaciones de esos equipos grandes, tan acostumbrados a ganar, que ya en agosto ningún barcelonista recordará esta Liga. En cambio, aquí, en Málaga, ninguno de los que asistió el 16 de mayo a la Rosaleda, olvidará este día.
Hoy Málaga amaneció teñida de blanquiazul. Niños y no tan niños pasean por las calles orgullosos de sus camisetas. La ciudad huele a fútbol. A fútbol de primera.
Gracias por enseñarme a amar un equipo modesto.
Una semana antes mi fe y dignidad malaguista habían tocado fondo y para que se cumpliera otra de las profecías del propio Zacarías (esa que los evangelistas adjudican al Iscariote), había puesto en venta mi abono con la idea de, al menos, sacar algún provecho de la nefasta temporada de juego y resultados con la que había malgastado mi dinero.
“Si os parece bien tasad mi precio, si no, dejadlo”.
Ellos tasaron mi precio en treinta siclos.
Zacarías 11, 12.
Pero el destino y el Dios del fútbol me tenían guardada una lección que no podría olvidar y no consintieron que el abono se vendiera. Así que allí estaba yo. Sentado a desgana en la grada. Tragando sapos y culebras. Asistiendo a lo que no quería asistir: el descenso del Málaga y (¡horror!), lo que podía ser peor por el insoportable contraste; ver al madridismo celebrar un título en la Rosaleda.Ellos tasaron mi precio en treinta siclos.
Zacarías 11, 12.
Ya el temprano gol me hizo olvidar la temporada, los sapos y culebras y hasta las treinta monedas de plata. Yo adoro la música, el cine y la literatura, pero ni Wagner, John Ford o Borges pueden trasmitir la eléctrica descarga de adrenalina que nos hace vivir este espectáculo real al que llamamos fútbol.
A falta de cinco minutos, si el resultado se mantenía, el destino del Málaga dependía de que el Tenerife no ganara en Valencia. Todo el estadio tenía los ojos en la Rosaleda y los oídos en Mestalla y desde allí, se cantó un gol…
Para demostrar que se cumplía un destino escrito con letras de profecía bíblica, quiso el Dios del fútbol que fuera Alexis, uno de los muchos malaguistas exiliados en busca de un futuro mejor, quien marcara el gol que daba la victoria al Valencia y confirmaba al Málaga en primera.
Yo lloraba en mi asiento como un niño con la cabeza entre los brazos mientras mi hermano se abrazaba eufórico con un montón de desconocidos. Porque el fútbol tiene esas cosas: la comedia, el drama, la realidad en definitiva que transmite, es auténtica. El fútbol se vive como la vida misma.
A pesar de que ambos reaccionamos de forma antagónica ninguno de los dos pudo evitar acordarse inmediatamente de ti. De tu malaguismo irreductible; de que siempre mantenías una fe inquebrantable en este equipo. Y de que el Málaga, como cumpliendo una señal profética que nos habías dejado y no supimos interpretar, había regresado a primera un 30 de junio de 2000. El día que, como signo de fe en su resurrección, se cumplía un año de tu muerte. Perdóname, abuelo. He pecado contra el malaguismo y contra ti.
Qué lejos quedaba Canaletas. Qué lejos las obligaciones de esos equipos grandes, tan acostumbrados a ganar, que ya en agosto ningún barcelonista recordará esta Liga. En cambio, aquí, en Málaga, ninguno de los que asistió el 16 de mayo a la Rosaleda, olvidará este día.
Hoy Málaga amaneció teñida de blanquiazul. Niños y no tan niños pasean por las calles orgullosos de sus camisetas. La ciudad huele a fútbol. A fútbol de primera.
Gracias por enseñarme a amar un equipo modesto.
Mariquita te has equivocado de año, subimos en la temporada 1998-1999, la misma en que murió el abuelo.
ResponderEliminarPor el resto ¡chapó!.
El destino siempre se espera hasta el último momento para devolvernos la fe tras años de pesimismo que culminan en desidia, renuncia, hastío y cinismo... Ocurrió con España en el verano del 2008 y se ha repetido con el Málaga este año. Quién sabe, puede que más pronto que tarde volvamos a caer en las catacumbas del fútbol español, pero esta página que se escribió -que escribimos- ayer por la tarde... jamás me la podrán arrebatar. They can't take that away from me.
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